martes, 11 de mayo de 2010

Luego Vendrá el Silencio




Había atravesado el amor y su infierno;
 ahora se peinaba delante del espejo,
 por un momento sin ningún mundo en el corazón.
Clarice Lispector
I
Esta noche, la 135, compartirán la cena. Ella traerá la comida desde su casa, pues hoy, día de su cumpleaños número dieciséis, prefiere comer en compañía de él antes que soportar una perorata más de su padre, quien nunca logró apartarse de la testarudez que le dejó la vida militar.
Al dar las ocho, ella tocará la puerta. Él tratará sin éxito de acomodar su pelo ensortijado, mientras se dirige a la entrada del apartamento. Serán cinco los pasos y dos vueltas de llave los que le permitirán verse reflejado en el brillo de los lentes que se interponen entre su mirada y los ojos de ella.
A diferencia de las ocasiones anteriores ella irá más lejos esta noche. Luego de saludarlo de mano –como ya es costumbre–, le estampará un beso en la mejilla. Ante esta nueva circunstancia, él permanecerá inmóvil por algunos segundos, absorto por el roce de aquellos labios. Acto seguido llegará para ella el estremecimiento, la sonrisa avergonzada y ese rosa tenue de sus pómulos que tanto encanto le confiere.
Cuando ella la sirva, la comida aún estará caliente. Él sacará de la nevera la caja con el vino que sobró de la noche anterior. El choque de los cristales dará inicio al ritual de la cena. Ella será la primera en llevarse a la boca una discreta porción de espagueti. Él la seguirá, privilegiando el segmento de su plato donde el queso se ha acumulado. Mientras comen, permanecerán en silencio, pero sus miradas hablarán en reemplazo de sus bocas.
                                                                     II                                                                     
Vendrán a la mente masculina los recuerdos de aquellos dulces sueños en los que un ejército de diminutas criaturas se apodera de su cama, haciendo de su cuerpo material de suministro.
El imponente amasijo de bichos pululará por doquier, enterrando sus fauces en la piel blanquecina del hombre que los sueña. Las ronchas, distribuidas por todas partes serán una sórdida cicatriz de guerra.
Ante la molestia producida por las picaduras, el hombre se revolcará entre las cobijas. Inconsciente, será presa de la tentación de rascarse y someterá la piel a la acción de sus uñas. Las erupciones acrecentarán esa contradictoria sensación de placer que tendrá rostro de mujer joven.
Cuando la luz regrese a sus ojos, estará sentado en la mesa, compartiendo la cena con ella.

III

Luego de lavar los trastos y de arrojar a la basura la caja de vino, la tensión será inocultable. Ella se quitará las gafas y dejará expuesto el verde de sus ojos en contraste con el amarillo flama de las velas y el rojo zanahoria de su cabello. Enceguecido por el efecto multicolor de la imagen, temblando, la tomará de la mano y sin pronunciar palabra la conducirá hasta su habitación.
Una vez adentro, ella notará la tenue luminosidad que se filtra por la ventana protegida por el velo de una cortina. En las paredes habrá varias imágenes fotográficas de personas que la miopía no le permitirá reconocer. Por la ausencia de los lentes todo le será borroso y el hombre le parecerá más joven, pues sus líneas de expresión serán imperceptibles fundidas en una sola mancha con el resto de su cara.
Él, sin soltarla de la mano, la invitará a sentarse en la cama. Ambos experimentarán una comezón subiendo por sus piernas. Ella lo asumirá como un reflejo de su nerviosismo y tratará de secar el sudor de sus manos con la sábana. Él la tranquilizará besándola en la frente, provocando otra vez su sonrisa.

IV
Ofrendado en banquete a sus hambrientos inquilinos, el hombre resignará sus impulsos y se abrazará a la masa que los conforma. Unidas por lo primitivo, las oníricas bestias se vestirán de mujer de ojos claros.
La conjunción de sus carnes servirá de molde para ese trasero flácido en el que sus manos encontrarán delirante placer. Los aguijones serán labios y las barrigas –atiborradas de sangre– pezones erectos.
La confluencia de imágenes y sensaciones se mezclará con la voz de la mujer que, cariñosa, le ofrecerá un pedazo de barra de chocolate que ha llevado para el postre. Él volverá a la realidad atrapada en su cuarto. Estará sentado frente a ella, con sus manos entre las suyas, mirándola a los ojos.

V
Pese al escozor que habrá llegado a su espalda, ella se dejará llevar. Él la tomará entonces por los hombros y terminarán unidos en un beso. Será el primero para ella, irresistible abismo ante el que su cuerpo duda.
Para ese momento las palabras se harán innecesarias. Tres besos en la boca. Labios deslizándose por el cuello. Ronchas surgiendo por todas partes. Una respiración entrecortada, frente a otra que crecerá en intensidad. Un choque involuntario de dientes. Las uñas aferrándose a la piel ajena.
Será la mujer quien tome la iniciativa y de un solo jalón le quite la camisa. El torso desnudo del hombre, lleno de picaduras, estará expuesto frente a ella, quien decidirá acariciarlo pasando sus manos sudorosas por los brazos y el pecho, hasta posarse en la espalda. Este gesto será respondido por él, sin otra opción a la de hacer lo propio. Entonces los senos de ella, pequeños y endurecidos, brincarán al librarse de la atadura del sostén.

VI
Sobre las diez de la noche, el ajetreo parecerá irreversible. Sin embargo, él recobrará la cordura cuando perciba en el rostro femenino una expresión desfigurada: el deseo. La tomará por el cuello y casi sin darse cuenta le quitará la vida en medio de un pataleo que no durará más de dos minutos.
Su mirada se ocupará de las formas básicas del cuerpo inerte. Le parecerá encantador su pecho salpicado de pecas, su piel blanca semitransparente, sus manos amoratadas y ese naranja degradado de sus vellos.
Terminará de desnudarla y recorrerá cada una de sus partes, descubriendo sus aromas más íntimos. La hará suya en señal de respeto, de la misma forma en que su padre lo hizo con su madre.
Luego vendrá el silencio y regresará la comezón.

martes, 20 de abril de 2010

La Espera


La espera  - `` Elena Soto Wilson``



``Una historia en tres punto cuarenta y cinco segundos``.

El rock de tu rock, complicado como siempre, en unos recuerdos míos que confundían la histeria, que destruían ausencias; eran las 3 y 45 y nada que llegabas, las tres y cuarenta y seis y nada, las tres y cuatro siete y aún no sucedía nada; las nubes eran grises, el granizo empezó a caer, yo me quedé sentado debajo del paradero, poco a poco quedé totalmente mojado  y golpeado, por la fuerza divina del cielo, el asco de la ciudad y lágrimas que se me escapaban. Las seis y cuarenta y cinco y la melindrosa ciudad por fin se apaciguaba, sin lluvia, pero aún letal, como las calles. Las seis y cuarenta y siete y vino una chica que me ofreció una chocolatina, las seis y cuarenta y ocho: abrí el empaque. Las seis y cuarenta y nueve y la chica me preguntó mi nombre. Las siete y cuarenta y cinco: empecé a toser. Las siete y cuarenta y seis y la chica me dijo que se iría, las siete y cuarenta y siete: la chica me miraba fijamente, a las siete y cuatro ocho se acercó y me besó; las siete y cuatro nueve y aún no se iba. Las ocho y cuarenta y cinco y yo recordaba una canción. Las ocho y cuarenta y seis y nada que vos llegabas, las ocho y cuarenta y siete y un bus se estrelló con el semáforo. Las ocho y cuarenta y ocho y la chica aún no se iba, a las ocho y cuarenta y nueve me preguntó ¿a quién esperas?
Las nueve y cuarenta y cinco y los ebrios empezaban a salir. A las nueve y cuarenta y seis la chica me rogó por última vez: Vente conmigo, sino te va a adsorber el frío. Las nueve y cuarenta y siete, aún no se me secaba la ropa. Las nueve y cuatro ocho, un viento que vino del oriente  me congeló los huesos; las diez y cuarenta y cinco y la chica volvió a besarme. A las diez y cuarenta y seis la chica me dijo adiós; las diez y cuarenta y siete, la chica se subió a un bus urbano. Las diez y cuarenta y ocho: un niño se sentó a mi lado a mirarme fijamente.
 
Las diez y cuarenta y nueve y vos seguías sin aparecer, a las once y 45 la ciudad ya me parecía fantasma. Las once y 46 y ya los miedos empezaban a pertenecer, las once y 47 y me dio hambre, las once y 48 y las mujeres alegres empezaron a salir, las once y 49 y se me acercó un travesti a decirme: ¿Dulzura y qué hacés por acá tan tarde? Las 12 y 45 y varias de ellas se sentaron a mi alrededor, las 12 y cuatro seis y la más joven me vio desde lo lejos fijamente. Las 12 y cuatro 7 y empezaron a llegar los clientes así que todas se fueron. Las 12 y cuarenta y ocho y la más joven me seguía mirando a lo lejos. Una y media de la mañana y nada que te daba la gana de aparecer, a la una y cuarenta y cinco empecé a perder la cordura, las y cuarenta y seis y Demencia tuvo su espléndida aparición, las y cuarenta y ocho y empecé a temblar, las y cuatro 9 y me comí las uñas.
A las 2:45 llovió de nuevo granizo. Las 2 y 46 y esta vez el hielo venía a velocidad de bala. 2:47, el agua se empieza a escurrir de mi cabeza, de mis mejillas, mezclándose con el vapor de la piel.  2 y cuatro ocho, levanté el rostro hacia el cielo, donde muy fiel me seguía esperando el Cinturón de Orión, tan fiel como yo contigo, con esa quietud molesta y tortuosa, con oscuridad alrededor que aterrorizaría cobardes.
   
Finalmente las 3 y cuarenta y dos de la mañana, ya la muerte me seducía. Las tres y cuarenta y tres y vi la horrífica sonrisa de su espectro, las tres y cuarenta y cuatro y ya la ciudad estaba muerta, más inerte que yo. Las TRES y CUARENTA Y CUATRO, con CINCUENTA Y NUEVE SEGUNDOS, ya era hora que en serio hubieras llegado. Porque sí, porque no y porque tal vez, fueron las tres y cuarenta y cinco. Y llegaste. Como una alucinación, incluso como un espectro o tal vez por designio divino. 
—Hola —dijiste.

—Hola —dije yo, que a pesar de lo que todos habían creído, si sabía hablar.

—¿Si ves? Soy puntual —terminaste.

—Si veo —terminé yo.

Entonces nos miramos, en medio de esa ciudad inerte con hedor molesto, donde los recuerdos ya no eran permitidos por la fugacidad de la conciencia, por los rezagos de la memoria; nos sonreímos, como dos cómplices de un crimen muy secreto, muy fugaz, muy bastardo. Y nos fuimos a complicar las razones, a enredar pasiones. Sabíamos que no era necesario decir nada, ni esperar menos, ni más, era lo suficiente. La medida adecuada de tiempo, de lluvia, de frío, de muerte, de vida, de voces, de espectros, de intentos, de fallos, incluso de inversos. Todo era consecuentemente absurdo y tan necesario como incoherente.
 

viernes, 16 de abril de 2010

Humo...



Presiento que el desayuno no entró bien; no siento nada, por eso mismo lo presiento. Calle ochenta, carrera once, diez treinta, o más tarde de la noche, un perro caliente, y a caminar se dijo; caminé una hora exacta, llegué. La calle estaba tranquila, hacía rico frío. Chapinero, subo a la séptima, está desocupada para mi. Ese beso último, quedó en el aire, allí habita bien lo adorado, la desesperación, el camino. El aire, resuelve hacerme trampa. Llegó, veo toda la vida empacada en cajas, las cajas de la vida. Es posible empacar la vida, quinientos de vida, tres en mil. Déme una docena de todos los colores, de esa y de esa, quiero tener para el cambio, por si se me funde la vida otra vez.

Como no decir que hoy es un buen día, si los míos, los que sé míos, que son pocos, son felices. Las pecas pequeñitas de mi madre, son lindas, sus ojos vivos, preocupados, llevan sobre sus parpados el peso histórico de la violencia. Ella ha enterrado tantos, yo he estado con ella en tantos entierros; entiendo no gustemos el uno del otro, como hacerlo, en conversaciones de mesa, con la comida en la boca, siempre hablamos de un entierro, del tío tal, o el primo pascual, o mi abuelo, su padre. Me preguntó por I la madre de T, la he visto últimamente, y será por eso que la caída de los últimos días ha sido desesperada. Lloramos juntos, mi vieja y yo somos un pozo de làgrimas sin fondo, será por eso que no gustamos el uno del otro. Un abrazo, es tibia, mi viejita linda, la quiero, pero quisiera quererla de mejor manera. Cuando se va, descanso. Me dice antes de subir al carro, que no quiere verme triste, que todo va a estar bien.

Camino, sigo caminando, lamento que los señores de las maquinas de humo blanco ya no operen sus armatostes; yo los imagino, los veo con sus gorros de rayas, la mancha de humo blanco, L sentada con las piernas cruzadas sobre un vagón, y nosotros saltando entre los vagones, el otro ángel y yo, el otro ángel gritando que si, que podemos llegar hasta el frente, L sonríe, volteamos a ver, ángel te abraza y te da un beso, yo los veo desde el fondo, agito la mano, los invito, ángel viene de nuevo corriendo, parece flotar, L no se mueve, nos ve, miramos a L, nos sabemos afortunados, que afortunados somos, ella nos sabe sus Ángeles.

No puedo quejarme de tener que sentir, me toca, es una obligación. Los días en la rutina de la discreción, a eso no se si podría llegar a acostumbrarme. El ritmo, la frase, la revisión de la última frase, la canción, el sistema de vaciado…this distance, quisiera escuchar cada una de sus voces, cada una, this dissolution, rasgar la voz, abrir la garganta, aire desde los laterales abdominales, like linked to memories while falling, la técnica no es difícil, lo extraño es sostener, levantar y hacer modular medios tonos, no forzar el aparato, pueden aparecer nódulos. Viene entonces la salida gutural, Surrender, i give in another moment is another eternity. No es tan difícil, escuchar la canción una y otra vez, hasta tener el tono…me divierte hacerlo mientras camino, resulta terapéutico…

Yo quise ser lo que he querido, no lo escogí, lo he sido tal vez… no entender la quietud o no ver un mandoble azul colgado en mi cinto, gritando, cargando, siendo hombres, quise eso, no lo tengo, quisimos ser hombre, en la cuna queríamos serlo y esto es lo que somos ahora, revisando la palma de las manos encontramos que no hay tierras dibujadas o hechas a fuerza de nada, somos lo que nos toca. Quise ser hombre y ya no se puede, ven, ya no hay ningún lugar donde ir, no hay maquinas de humo blanco y los ángeles usan palabras raras, armaduras transparentes, y no hay mandoble azul o negro en el cinto.

lunes, 5 de abril de 2010

Not Avalaible for Discussion

Pobre viejo aburrido. Dentro de poco tiempo me volveré tan huraño que me dejarán solo. Rondará por ahí la idea generalizada de que soy un malacara intolerante que sale corriendo.
La verdad de mi “secreto” salta a la vista: soy poco adepto a la discusión oral sobre “grandes” temas (aunque hay condiciones muy especificas que me permiten hacerlo, con Anacrito y Amleth, con A, con L y J ha funcionado otras veces). Me parece inconducente y no tengo paciencia. Desespero en seminarios, en bares y en cafés. Prefiero lo escrito (y académico).
Admiro su entereza socrática por aclarar los términos a partir de las preguntas. Pero.
A veces “no me aguanto”: digo, reclamo, cito. Pronto el interés cesa y es como si la sangre fluyera a mis pies.
El asunto se resume en: escepticismo, neurosis y (quizás, ojalá no) sub-estimación del intelecto (mío y ajeno).
No quiero ser así. Hoy es un día triste. Me siento apenado. Lamentablemente, la incomodidad es visceral, se manifiesta en lo físico. Cabeza, lagrimales, boca del estómago. Sumar cansancio corporal y falta de sueño. Maravilla.
¿A dónde voy?
Mi problema ¿es la intolerancia? Qué paradójico. Me convierto poco a poco en un anciano cascarrabias que se indigna más de la cuenta. Un loquito como Fernando (sin la genialidad quijotesca).
Ajá. Vivo en un mundo que me desagrada y me deprime cuando las personas se burlan de la pashmina rosada del joven de al lado (habiendo tantos asuntos más interesantes ¡por qué no dejan en paz a las personas!), cuando dos hombres no pueden sentarse solos en una mesa sin hacer referencias innecesarias, cuando dicen que la mujer entrega todo (jajajajaja) y el hombre “cuida lo suyo”; cuando yo mismo soy tan irresponsable e impulsivo como para haber dicho lo que dije en el viejo blog, cuando dicen de mí con tanta seguridad que no me gusta lo indeterminable (la androginia define mi gusto), cuando encasillan, cuando juzgan, cuando increpan en tribuna y el increpado se regodea sólo porque es el centro (egolatría inútil), cuando malinterpretan mi postura política y me cosifican, cuando el pelo define el género, cuando no nos preguntan. Cuando cuando cuando.

martes, 16 de marzo de 2010

Saciando las Mejillas Dulzonas de Jesús…


Me cuesta estar en paz… no me cuesta por el precio, me cuesta por esos cabos de lana que se van deshilachando al paso, o al rose de los días. Una noche entera caminando de un lado a otro, reconociendo el olor, el sabor del frío. Aquí es distinto, la luz es diferente... me siento un poco lejos de todo, incluso de ellas.


Recuerdo a esa niña rollada en mis pies, tendríamos unos ocho o nueve, y mi rodilla izquierda sangraba, ella no me dejaba mover, me decía que no fuera a pelear, que era un raspón y que ella estaba bien.

Recuerdo una lluvia de latas de gaseosa en medio de un día de febrero, un río ingente de niños, la gran mayoría lloraba, yo estaba entre ellos.

Una tarde seis años después, aprendí como se armaba una siete sesenta y cinco, la recuerdo bien, era una Eibar, creo que india… estaba oxidada.

Cuando tenía cinco, convulsionaba y mi madre pensaba que me iba a morir, estuve hasta los siete de hospital en hospital. Me formularon Valcote. Ahora soy bipolar y serpenteante de alegria. 


Hoy recuerdo una noche, y todas las noches que no quiero tener en mi cabeza.

lunes, 8 de marzo de 2010

PRINCIPIO Y PAPITA FRITA

 

Empezar el día con la idea, con la sensación de que los días no tienen un comienzo definido, o un final, y llegar a la inteligentísima conclusión de que eso del principio y el fin es un paliativo flotante, inventado para complacer a su amante el principio y así como la cinta esa en la que Escher dibujó un par de hormigas…

entonces, me da dolor de cabeza, pero no a causa de mis profundas y magnificas apreciaciones, o sobre lo que yo creo que es importante, me duele la cabeza porque tengo hambre, y quiero comerme una hamburguesa con papas y demás acompañantes, gaseosa y aros de cebolla, esas cosas que permiten olvidar la posibilidad de un principio y un fin… Muerdo un poco una papita, y ese es el comienzo de su fin, y por fin termina… pero, en qué termina, todos sabemos en que termina…. No, la papita frita no termina, llegará al aparato digestivo de alguna bacteria y ella lo desechará y volverá a mi, eso es seguro, no hay que dudarlo… bueno la papita no existe, no ha existido, es un ejercicio para distraer el hambre, un ejercicio que me remite al informe que debo entregar… una papita… quiero una papita.

La veo, las veo llegar, una a una, llegan con su carita de no se dónde queda el suelo, ni siquiera sé qué es el suelo, no se cómo llegué aquí, pero por favor ayúdeme, no me haga hablar duro, me da miedo, no ve que soy nueva… mi sonrisa socarrona, me invita a preguntarle en voz baja: me repites, no te escuche… se acerca, y vuelve a decirme en voz baja, que si por favor le activo el código, le repito que no le escucho muy bien, que me hable un poco más fuerte… ella está muy cerca, siento su aliento, se sonroja, se siente mal, a mi me gusta su olor, tendrá unos dieciséis o diecisiete… la hago esperar un rato, me mira, intenta levantarse en dos ocasiones, demoro el tramite, decido que es suficiente, se acerca, pido todos sus datos para verificar, ella está un poco más tranquila… mierda quiero una papita, ni si quiera ese olor acaba con la idea de comerme una papita frita… hoy es mi día internacional del pensamiento sobre la papita frita… se va, su espalda es delgada, ella es delgada… no se a donde va mi papita frita, quizás un mordisco en su pierna me de gusto a papita.

martes, 23 de febrero de 2010

EL ACENTO

 
El Gobierno reconoció haber errado en la redacción del decreto de emergencia social. Y sólo bastó esa declaración para que M. – a quien tanto quiero – respondiera a mis críticas diciéndome: ¡¿Ves?! ¡Lo que importa no es equivocarse sino corregir y aceptar el error! ¡Eso demuestra el talante de nuestro Presidente! Y por una vez creo que M. tiene razón: este conflicto deja ver de forma muy clara el material del cual está hecho don Álvaro Uribe y el lugar exacto en el que suele poner sus acentos.

El acento es el énfasis. El acento es el punto de atención. El acento es la prioridad. Y quiero que miremos dónde ha estado ese acento en estos dos períodos presidenciales.

La seguridad

Durante casi ocho años el gobierno de Álvaro Uribe ha enfatizado en la seguridad. Hacia ese punto ha dirigido su brújula. Y no quiero discutir si ha tenido éxito o –como pienso- ha hecho de su intención una cortina de humo. Quiero dejar claro algo incontestable: el acento ha estado puesto en la guerra y no en la equidad: aún concediendo el hipotético triunfo de la seguridad, nuestro país es hoy más inequitativo que hace 10 años.

La economía.

Las impresionantes ganancias arrojadas en este período por los Bancos y las grandes empresas son muestra del propicio ambiente para la inversión que se ha generado en el país. ¿Y es eso malo? ¡Claro que no! Lo malo está en que no existe un marco que garantice que esas ganancias descomunales se reviertan en inversión o al menos en recaudación.
Mientras la economía marcha bien para las grandes empresas, el desempleo sigue rampante aunque el DANE insista en contar a los vendedores de dulces como empleados.
El acento, en la economía, ha estado puesto en las empresas, no en los ciudadanos.

La cultura y la educación

¿Ha puesto el gobierno acento alguno en la educación o la cultura?
No sólo no lo ha hecho sino que ha desplazado hacia la guerra una inmensa parte del presupuesto que le dedicaba, (guerra esta que anunció ganaría en seis meses y que ahora, tras ocho años, proyecta para cuatro más). El sólo municipio de Medellín destina para cultura una cifra mayor que la del Ministerio Nacional. ¿Algún ejemplo más claro sobre la gramática estatal?

La salud

Y acá vuelvo al tema con el que abrí.
Por mucho que se corrija o aún si se entierra el proyecto de Emergencia Social, es imposible desconocer su valor desenmascarador. Su utilidad como ejemplo preciso del lugar donde el Gobierno pone su acento. La ley en discusión es todo un esfuerzo destinado a salvar el “sistema” en detrimento de la salud de los pacientes.
Las fichas del estado se mueven a favor del empresario de la salud y no del enfermo, maquíllesele como se le maquille.

Y cuando se revisa cada acto gubernamental, cada política presidencial, cada directriz uribista, se descubre que el acento está puesto en la empresa y no en el empleado, en el poderoso y no en el débil, en el patrón y no en el estudiante, en el soldado y no en el campesino.

Mi querida M: saber cómo acentúa nuestro presidente nos debería ser de utilidad a la hora de decidir si queremos que él o sus escribanos sigan redactando nuestra historia. Revisemos los acentos y no olvidemos que Uribe es una palabra grave. Muy grave.

martes, 16 de febrero de 2010

Se nos fue…

 

El gordo Pardo murió de depresión estomacal aguda. El asiento del tripero, entró en huelga, luego de una larga y miserable dieta. El fin del tratamiento buscaba hacer crujir los huesos de la señorita Lina. Langaruta refinada que no soportaba a nadie que pasara de los sesenta kilos, pues la forma de sus senos y su credo en la maravillosa figura del hombre moldeado, le impedía acceder al despropósito de comer carne rellena de grasa. Soportaba, eso si, los ciento veinte kilos de fibra musculosa y bien torneada de Alonso, el Quijano mas idiota del barrio.

Puaccs, estereotipo del gordo que muere, y el bien formado, musculoso que triunfa en la caverna jugosa de una flacucha acartonada y prejuiciosa.

Pero así fue, que se le hace si así ocurren las cosas.
El gordo pardo, en sus mejores días, decía, que no iba a darle de comer carne dura a los gusanos, eso si que no. Él un amante de las criaturas vivas, se sacrificaba en nombre del bienestar del gusano.

Para resumir, apareció la entelerida, si, la niña Lina, con esos pantalones que dejaban ver que con una mujer se puede hacer caldo de aguja. Y claro, el gordo Pardo cayó redondo (más) frente a los huesos de la flaca.

Nada le valió: ni el agua, ni la Atkins, ni la falta de empleo o la cantaleta materna, nada El gordo no dejó de ser gordo y la flaca Lina, siempre sintió horcajadas al verlo.

Hoy estamos aquí en el funeral del gordo Pardo, representación absoluta de aquellos que renuncian hoy, en este mismo instante a un bocado grasoso o un pan blanco por bajar uno o dos kilitos. Que funeral tan lindo, hemos comido a gusto y estamos seguros, que si bien el gordo no logró el amor de la inmunda, pudo en vida conocer placeres orgásmicos desatados en el paladar y la lengua.

Mientras disfrutamos los placeres de la baja cocina popular y no francesa, a Lina le acaban la figura delgada en un acto de circo poco placentero, donde dos guapetones desgarran su concepto de belleza. En la mañana levantaran sus huesos y nosotros seguiremos levantando la copa con el padre del gordo Pardo.

¡Salud ¡ gordito.
Mala salida buscadora de huesos.

viernes, 5 de febrero de 2010

Piel…

 

Cómo vienen las oleadas de recuerdos de cada uno de los reencuentros que mi imaginación inventa, o cada una de las frases dichas de forma adecuada y relajada en medio de la sensación alucinante de estar. Y eso de estar que se me ha vuelto una obsesión, así como cada una de las palabras que han ido significando, derrotando, demoliendo. No, no se cómo vienen esas oleadas, puedo, en cambio presentir la razón o las posibles razones inventadas o no, de las caídas. Puedo lamentar lo que he escogido tratando de rehacer múltiples vidas. Puedo, claro que puedo hacer lo que me de la gana. Salir a lamentarme, eso se ve mal, desdibuja el argumento de la destrucción.

Es fácil dejar de ser maravilloso para los nuestros. Y los nuestros ya no lo son más, y no son más que otros más.

Una denuncia por maltrato es lo que debo instaurar en contra mía, deberían encerrarme por violencia intrafamiliar, de nuevo, o mutilar una de mis manos, o cansar alguna carcajada… o dejar de verte tanto a los ojos, vida mía, mi vida.
Ahora ya no puedo verme más triste. La tristeza debe salir a pasear y evitar la sonrisa de los que sé nuestros, míos no, nuestros, los que no son más que eso… nuestros…

El arpegio abre la racha de maldiciones, la cadencia me recuerda, me deja ver y oler las aceras nuevas, de nuevas personas, del nuevo mundo que desconozco y prefiero así. Puedo dejarte la piel, el reverso de mi calle, la primera caída, sin embargo no la se encontrar, no recuerdo el lugar exacto en la que deje de ver.

… por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar, va cargado de amargura, va vencido el caballero, de retorno a su lugar…

Vienen las gotas de agua que tanto he querido para todos nosotros, ya saben, el agua es tan buena, tan mujer ella… ¡ja!

viernes, 29 de enero de 2010

Cajòn de Pulgas

 

Escuchó la voz de la imprudencia, eso fue lo que hizo el perro en estos días… No hizo mucho daño, pero si el suficiente para sentirse un poco más callejero, menos amigable.
Recibió bendiciones calumniosas, inmerecidas, las recibió, las degustó, jugó un poco, luego las enterró para no encontrarlas… el olfato falla, los ojos se nublan de caspa y grasa, son tantos años gustando de la suciedad. Ahora el perro camina un poco sobre la incertidumbre de lo cierto… va a extrañar ser un nómada, por fin tiene un solo cajón para sus pulgas, las heridas se van a cerrar, a curar… Ladrido caprichoso, camino de ruido, sonido amigable que el perro desconoce y que lo asusta mucho…
Escucha en la distancia, claro que escucha, recibe un golpe de nostalgia, incluso de eso que no está en su lugar…
Recuento sin historia, sin molestia.
No hay vigilancia, hay un par de rostros anhelados y se irán también…

Majo vieras como está el perro en estos días, tan prolijo en sonrisas para todos… ser lo que se debe y buscar la quietud resulta extraño… abrazos mi Majo adorada.