lunes, 9 de noviembre de 2009

Esperando que exista el silencio.

Tener que ver el mundo desde esta silla, estar limitado por la inmediatez de los espacios, ignorar el horizonte y estar solo.

A pesar de que la música suene fuerte no puedo evitar el silencio de mis pensamientos. No puedo ignorar que hay un mundo más allá, que las flores tienen combinaciones de colores diferentes y que la luna se puede ver más grande.

No puedo quitarme el frío de la espalda, ni puedo mover mis brazos para salvarme. Quiero saltar pero no tengo un mar a mis pies. Estoy lejos de la felicidad, y en este pueblo parece que todos están igual.

No existe un alma con fe en su rostro deambulando por esta calle y nadie regala un centavo de caridad al menos a través de una sonrisa.

Las palomas emigraron hace años y los perros ya no ladran en las noches. El poeta se marchó a la capital y el arte murió con la bofetada morada que yace en el rostro del artista.
Todos parecen estar locos y ahora la esquizofrenia anda amenazando por los bares a las almas de los olvidados.

Las mujeres ya no regalan su cuerpo por tres monedas de plata y los buitres se cansaron de comer carne podrida.

La música se tornó aburrida, repetitiva y rebota fuerte contra los muros intentando suicidarse (queriéndome llevar tras ella sin unas alas de repuesto). Las estrellas han puesto a luciérnagas de reemplazo para que hagan del ancho cielo un mar de infiernos.

...

Aun así, todos beben y brindan y una pareja en el rincón del bar, asegura ser la más feliz del mundo.

Aun así, todavía existe uno que aguarda frente a un monitor por una respuesta a su romántica frase de amor y hay una anciana que no abandona su rutina de ir todos los días a misa de siete.

Quisiera creer que ser consciente del fracaso me regalará una oportunidad y un par de piernas con las cuales correr para abandonar este lugar que me vio nacer y puso barrotes a mi existencia.

Que me limitó a ser del pueblo y enmarcó mi nombre, acá, muy alto, donde cada mes se escucha un padre nuestro repetido tres veces en mi nombre.

Acá donde los huesos se tumban y la carne se pudre.

Acá donde el asfalto evita aquello que los mortales, llaman vida.

No quiero sonar melancólico, es sólo que a veces me canso de esperar al suicida.