viernes, 5 de junio de 2009

¡Veintiocho Años! Con el Tiempo se Quita…

Para este siete de junio espero los besos clandestinos, cargados de saliva dulce y de mordiscos dulcísimos o tal vez las caricias entre pecho y espalda, y sobre todo si me las hace una mujer a la que no conozco.


Veintiocho años en que siempre descubro que el mejor antídoto para mitigar la extraña vejez que se me arrincona es tapar un par de canas junto con la actitud berrinchuda que cargo como si fuera un cubo indescifrable y lleno de muchas inseguridades para malear el soplo de la soledad. ¡Si señores!, me llego el momento de destapar insípidas melancolías que se mixturan por cigarrillos y tertulias exploradas por amores furtivos.

Hoy más que nunca me siento totalmente ¡solo!, nunca me he sentido tan melancólico como hoy, será por lo pretencioso del clima que agarra una frio en capsulado por peleas telefónicas y miradas dantescas que desfilan por corrientes de lluvias y paraguas de colores maliciosos. Si tan solo pudiera abrazar a majo y decirle que me muero por pasar el resto de mi vida con ella que voláramos a terminar una historia de simpatica amistad para darle al juego de la ruleta rusa la ficha perfecta que cambiara nuestras vidas en Buenos Aires.

Mi vida quedó partida en dos vidas. Puedo hablarles de los años en los cuales la vejez era algo que les pasaba a otros. Había tiempo para todo: para planificar, para esperar sin prisa el paso del tiempo.

La vida era mía, me llamaba, me guiñaba el ojo y me invitaba a beberla de a sorbos hasta ahogarme en ella. Pasaron los años y ya no me fue teniendo tan en cuenta, me fue dejando solo, en compañía de mis dolores de huesos (y otras yerbas...) que sólo me recordaban que la vida iba quedándome más lejana y la soledad de la vejez se acercaba irremediablemente. Ya todo me era esquivo, los colores del día se iban tornando grises para transformarlo en una noche sin fin. Mi piel se iba convirtiendo en un pergamino en donde podía verse claramente todas mis vivencias, mi cabello se platinaba con la misma velocidad que iba cayendo, mis manos no tenían la fuerza y la firmeza con las que tomé a mis libros por primera vez.

Y aquí estoy ahora, no puedo moverme de esta cama. Miro a través de la ventana, veo pasar la vida coqueteando con otras personas, se olvidó que estoy aquí, se olvidó que la necesito más que antes, se olvido que era mía…

Es hora de mi píldora para dormir, a lo mejor el sueño me traiga imágenes que ya no recuerdo; correrle carreras a las olas, bailar un rock con ella, hacerle el amor... aunque sea en sueños quiero sentirme un poco más vivo que hoy.