jueves, 30 de abril de 2009

LA PUERTA DE ORO


Fíjense ustedes, colarse a veces sale bien y la mayoría de las veces mal, todo depende del cuidado que se tenga, más cuando la gente que pretende subirse de primeras sufre de una ansiedad desesperante y por lo general asfixiante, allí se encuentra apostada su cara acartonada y sus manos totalmente petrificadas por el extraño frio mañanero que se mezcla por vahos olores pueblerinos encapsuladores en ese tren de 1926, son las 5:20 de la madrugada la noche sigue siendo oscura y los ojos de toda está muchedumbre siguen adormecidos aunque la ciudad descansa y siga sumida de paquetes y filas interminables entre efebos de rostros marchitos flotantes en el aire, las noches anteriores desfallecen de cansancios y silencios quebrados de insectos combinados por el repicar del teléfono sonoro interminablemente durante 30 minutos, alarma constante le indica que debe ser algo bastante importante, sacude sus manos adormecidas una vez que las saca dentro de sus piernas, alza la bocina y una voz del otro lado intimida con una tonalidad ajena.

– Estaré en la estación de la sabana a las diez en punto de la mañana, iré vestido con una gabardina gamuza, un sombrero de ala y en mis manos un maletín negro, debe caminar hacia la taquilla hacer dos chasquidos con los dedos y yo entró a intercambiar el maletín, sobra decirle que vas con los mismos accesorios de mi vestuario-; ese sonido melindroso dejo suspendido el silencio durante 2 segundos, los dedos ya no parecían dormidos y las palpitaciones en el corazón fueron aumentando de ritmo, dejando caer el auricular del teléfono pasa sus manos por el helecho de cabello encrespado.

6:00 de la mañana, los temores siguen pasando por cada neurona y la incertidumbre se apodera del anónimo dejado por esa llamada intimidante, los pasos se acortan y el afán subsiste en sembrar sus pies en la parte trasera de los vagones de la máquina que día constante se sustrae a los tentáculos de la extraña ciudad urbana, susurros cíclicos dejados por sesenta personas que una a una entregan sus boletos al maquinista y se preparan para dejar sus nalgas cultivadas en las abultadas sillas de espuma y resortes. De sus bolsillos extrae sus lentes de marco negro mimetizando aspecto de letrado y obstáculo de visión entre cerca más no lejos, su boleto señala la ubicación derecha de arribo hacia la plataforma de parada la cual debe estar pendiente de las coordenadas calcadas en su memoria.

En el dedo corazón se enrolla el papel con tinta negra desleída dibujada con una señal C9 correspondiente a la fila y número de silla dejado por la imprenta, sus manos sudan sobre el boleto arrastrando la tinta clavada en las palmas de las manos mojando los vidriosos lentes dejados en el estuche que lleva oculto en la parte interna de su camisa, se zafa su gabardina doblándola sobre sus piernas y dejando libre sus brazos para sumergir la media hora en que dura el trayecto de la estación de Santa Isabel hasta la puerta de oro de la ciudad (es decir la estación de la Sabana).

Debía sentir el filo de su navaja carnal acariciar la parte más delicada de su sexo, así que pudo pensar en la muerte con una sensación de liberación que, de inmediato, le invertía los términos y afianzaba en el corazón el bravo amor de la existencia, el vigor de tener un macho cabrío que regia su vida apasionada y rendía aquel maldito concepto de instigaciones de lujo, del placer y del amor comprado. Inclinaciones que le harían preguntarse a menudo como disfrutar de estas tres exquisiteces dignas del amor desaforado que sentía por los hombres.

El maquinista aumenta la velocidad cifrando el trayecto enmascarado por nubes flotantes e intervalos de sol resplandeciente y conversaciones internas que se pierden con los chiflidos de viento que se cuelan por las ranuras de los ventanales centrales del vagón, cercanos a la estación, en su reloj anuncian las 9:45 PM, sus movimientos bruscos adoptan un carácter rebelde y algo nerviosa dejando pasar rostros impenetrables de los acompañantes laterales. Los tic tac de la locomotora se hacen cada vez más espaciosos y los braceros metálicos que enredan a las llantas disminuyen a mediada que se acercan a la plataforma de gama de grises y asfalto desgastado.

Afuera el aglutinamiento de gente cachaca sigue aplastada en los viejos bancos de madera apolillados y maltratados por el polvo enfundando una eterna espera apresada por sensaciones de vapores balsámicos de hiervas y eucalipto unido a borbotones de humos viciados de mixturar en chillidos de cafeteras y cigarrillos que se hunden como arenas movedizas por las comisuras de los labios repartiendo el aburrimiento con un ritmo cadencioso dibujado en el palmoteo de cada taconazo sobre los kilómetros de baldosas, transformando así los movimientos musculares por un ritmo cadencioso soltado por el único café del bastión de la media luna con una afinidad mimética de Carlos Gardel. Sabia que la memoria no le podía fallar a pesar de que la voz ajena presentaba el acento gangoso de un argentino; sus piernas presentaban síntomas de tic nervioso y los puños de las manos apretaban muy fuerte las manilas del místico maletín, pasajeros que corren, caminan a paso lento en envolturas de seres dantescos por múltiples escudos de algodón y chalecos abotonados de colores pincelados, la taquilla muestra un hexágono repartido por cristales corrugados y una ranura en la mitad que separa la portezuela de bisagras que se encuentra al fondo de la plataforma principal agrupada por escalones y varillas de acero oxidado.

Él, parado en uno de los lados laterales de la figura, agacha su cabeza antes que los ojos crispados de la persona que se encuentra detrás de la ranura se detengan a esculcar su conciencia, realiza un leve movimiento de su brazo izquierdo hacia la parte de su pecho uniendo sus dedos pulgar y corazón produciendo el chasquido de dos intervalos de inmediato se difumino la idea de ser un asesino inminente, una mano gruesa lo empuja hacia el café derrumbando sus caderas por el sonido del bandoneón golpeado de pianos, guitarras criollas, contrabajos y violines. Bebimos vino tinto con aquel extraño hombre para solemnizar el arribo de esta alegre y melancólica existencia urbana, la abertura de nuestras bocas cruzaron sorbos sucesivos de liquido dulzón mitigado por monosílabos de advertencia y mis manos zafaron la fuerza enajenada que inspiraba la concentración y el nerviosismo, intercambiamos los maletines soltando una toz de perro a gripado que se plasmaba por la cortina de humo esparcida por los rincones del café dejando en una profunda levitación la aguja de la vitrola.

Aquel hombre quedo totalmente pegado a su silla de taburete con una sociabilidad estallada entre tasas de chocolate caliente y el tintineo de copas cargadas de rollos de lenguas empecinadas en deslizar los parlantes fónicos por el chismorreo causado entre los titulares de los periódicos y las miradas de destierro que se paseaban por las persianas corniales de los clientes, los dos personajes concuerdan en salir juntos sin levantar sospecha, el que se encontraba esperándolo sume sus cigarrillos en el bolsillo alterno del corazón de su gabardina y se pierde por movimientos bidireccionales de los pasajeros que vienen y van, mientras tanto, los timbres de la locomotora anuncian de nuevo la salida del tren, la fuerza dejada atrás vuelve a presentarse por todo el cuerpo cuando decide emprender el regreso alcanzando una de las agarraderas metálicas que son adheridas a los lados de la puerta, espera ocupar el espacio aceptable para sustituir los estrujones de los pasajeros juntando los olores nauseabundos de sudores insípidos y mierda de gallina.

Acomoda su maletín en la enredadera de sus bazos cavilando en su cabeza interrogantes que aún no encuentran respuesta, suelta un bostezo y deja que la cavidad vuelva acomodarse en la base estructural de la mandíbula, las horas tal vez den vuelvas impredecibles como una ruleta rusa y toda está gente tenga una nueva energía para seguir combatiendo la lucidez de sus vidas. Cierto bajonazo de su tensión pierde la esencia transparente del equilibrio explayándose en los hombros de su acompañante dejando escapar gotas de sudor por toda su frente y los labios oscurecen a medida que se pasa sus muñecas por las ranuras de su nariz, su acompañante avisa al maquinista que ése hombre se encuentra bastante mal de salud esté le entrega alcohol antiséptico para que la mujer empape su pañuelo y realice pasadas frecuentes por los orificios nasales para poderlo reanimar.

En sus brazos seguía el misterioso maletín capaz de zafarse de su piel y la ansiedad taponando las vertientes de las venas azuladas convirtiéndolo en la persona más curiosa posible por auscultar cada ranura como si fuera la presa perfecta de las nalgas redondas y pretenciosas que inspiraba su afición por los hombres varoniles porque diez anos debió esperar para entender por qué un sentimiento tan complejo e intenso podía dispararse a causa de una convención armónica elemental. Un gran abismo suscito al dejar deslizar la yema de los dedos por las paletas ocultas en los dientes de la cremallera del orificio principal, nunca encontró nada pero su especulación no se hizo esperar comenzando por agrietar el espacio de la parte exterior encontrando totalmente doblada por pliegues una sabana color blanca untada parcialmente de manchones de sangre. La preocupación era evidente y la razón circulo por cada interrogante sin respuesta, sabia que aquel hombre quería jugar sucio, mientras tanto el mecanismo del tren disminuía su aceleración hasta quedar congelada por el obstáculo de tropas chulavitas que se encontraban a los lados de la máquina, uno de ellos lleva en su mano izquierda una fotografía de su rostro resaltada en alto relieve por la envoltura del vestuario asomando con aumento un medallón amarillezco opacando la fuerza protuberante de su mano al agarrar las manilas del maletín.

Sometido a los insultos su cuerpo queda totalmente vulnerable como los títeres de trapo y arrastrado por las vías del ferrocarril hasta llegar a la plataforma principal para ser parte de un archivo expiatorio. ¡Ojo! Lector porque el pasajero que acaba de ser bajado del tren de 1926 podrá ser el verdadero asesino y tal vez ése sea usted, ahora la persona con voz ajena que devela coordenadas es su otro yo y yo en este momento me encuentro en la librería alegando con el librero por que existe un error de paginación, mientras tanto tómese su tiempo acomódese y deje sumergir la cabeza por un delicioso vino tinto del bastión de la media luna.

viernes, 3 de abril de 2009

EL RASTRO DE LA TRISTEZA PURPURA


Lo diré corto, lo diré rápido y lo diré claro: me hubiera gustado enterarme a través de mi medico que sufro de asma y que siempre promulgó las ganas de asfixiarme aunque este aparatico no deje señuelos en los espacios enmascarados de los bronquios ¡que insolente!, no se si cuando deje de existir realmente la muerte sea de un blanco idiota, insulso, blanco que no es nada. Tendré que evaporar la tristeza por los kilómetros de baldosas que me deprimen aún más en este espacio disfrazado de miradas y de interrogantes gestuales, afuera la gente se serpentea por los malolientes paredes chispeantes de agua sucia deslizando las gotas por cada diminuto poro de piel que se adhiere como mimetización de sombra y títere ocultando devanarse hasta encontrar ese místico centro del alma. Hoy el centro huele a borbotones de olores insípidos entre la muchedumbre que pasa y la que se tira al asfalto en esencia de humano.

Hoy la gente se abriga por miles de escudos de algodón porque el cielo vive encapotado y el trafico atraca chiflidos de viento, niños sobrevivientes en aleteos de palomas y libélulas coloridas de un triste atardecer Capitalino, ancianos esquivando arbustos, palomas, pegajosos pegos tres de cliché , bolardos, carrozas, bultos de gente que se mueve como si la culebra envolvente de la montaña rusa se diluyera entre pitos y luces expectantes que indican que el llamado de los dioses los acechan ante la importancia de ondulaciones coloridas.

Abajo se siente claudicar entre montones de bichitos que lo único que pretenden es manejar ese espíritu carroñero que aborda cada pedacito de cuerpo en forma alimenticia para dejar que la existencia parta su berrinchuda complejidad entre lo que es el cuerpo y el alma, aquí quede huérfano a las diez, hijo único a la hora de cenar entre oxigeno rapado por borbotones de raíces y menudos cien pies, lombrices y marranitos que se me suben por el pliegue de mi rostro pálido y acartonado, las uñas se me tiñen de un morado entre oscuro y tenue pero lo que más me aturde es que llegue un melindroso cucarrón a posar sus patas que me suspenden en la ansiedad y en el rasposo movimiento por la tierra negra de hambre.

Una página milimétrica, un espacio vacio, una escapatoria oportuna para romper este silencio, una vida que gira entre aparecer y desaparecer, un movimiento de sabiduría, creatividad, independencia y dignidad para que este cuerpo convertido en materia se transforme en gamas coloridas que estabilicen el azul y la energía del rojo para volver a empezar el soncito sistema fotosintético de nacer, crecer y morir. ¿Y ahora que seguirá después de que está materia se triture y las almas se retiren a entorpecer la vida de los vivos? Edulcorar este interrogante impide toda perspectiva de salida como los detalles de una tela impresionista, en fin toda una utopía de la fantasía aunque la vida se vuelva cíclica y tal vez la predisposición de los sueños emane en ser el mánager de los Beatles, agente secreto de la CIA, diputado incoherente, inventor de una bomba atómica, artista plástico, medico sin corazón, usurpador de esencias femeninas y hojas disecadas pero solo soy un escritor desquiciado permanente que sufre constantemente de metamorfosis gramatical.

El rastro de la tristeza purpura sigue aquí neuronalmente encapsulado por montones de fanegadas de tierra a la espera en que el día decline para que lleguen aureolas de mariposas que revolotean por mi cabeza por el batir de sus alas sometiendo mis oídos a sensaciones imperceptibles y a la nobleza de corazón.