viernes, 5 de febrero de 2010

Piel…

 

Cómo vienen las oleadas de recuerdos de cada uno de los reencuentros que mi imaginación inventa, o cada una de las frases dichas de forma adecuada y relajada en medio de la sensación alucinante de estar. Y eso de estar que se me ha vuelto una obsesión, así como cada una de las palabras que han ido significando, derrotando, demoliendo. No, no se cómo vienen esas oleadas, puedo, en cambio presentir la razón o las posibles razones inventadas o no, de las caídas. Puedo lamentar lo que he escogido tratando de rehacer múltiples vidas. Puedo, claro que puedo hacer lo que me de la gana. Salir a lamentarme, eso se ve mal, desdibuja el argumento de la destrucción.

Es fácil dejar de ser maravilloso para los nuestros. Y los nuestros ya no lo son más, y no son más que otros más.

Una denuncia por maltrato es lo que debo instaurar en contra mía, deberían encerrarme por violencia intrafamiliar, de nuevo, o mutilar una de mis manos, o cansar alguna carcajada… o dejar de verte tanto a los ojos, vida mía, mi vida.
Ahora ya no puedo verme más triste. La tristeza debe salir a pasear y evitar la sonrisa de los que sé nuestros, míos no, nuestros, los que no son más que eso… nuestros…

El arpegio abre la racha de maldiciones, la cadencia me recuerda, me deja ver y oler las aceras nuevas, de nuevas personas, del nuevo mundo que desconozco y prefiero así. Puedo dejarte la piel, el reverso de mi calle, la primera caída, sin embargo no la se encontrar, no recuerdo el lugar exacto en la que deje de ver.

… por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar, va cargado de amargura, va vencido el caballero, de retorno a su lugar…

Vienen las gotas de agua que tanto he querido para todos nosotros, ya saben, el agua es tan buena, tan mujer ella… ¡ja!