martes, 17 de noviembre de 2009

Bienvenidos sean sus besos Clandestinos…



Dos horas libres. Aprovecho para tomar un café y leer un poco. Busco una silla escondida, una esquina difícil de llegar. Me siento y, frente a mí, una pareja se toma de la mano. Ella no tiene más de trece, él no tiene más de catorce.   
Abro el texto con la pretensión de leer, pero me doy cuenta rápido que al avance en la historia será reemplazado por la observación. Mis ojos se desplazan hacia ellos: ahora se besan, en un beso largo, pasional. Me doy cuenta que, para la pareja, no valgo nada así que dejo el libro a un lado y los miro directamente. Tomo un poco de café, ya está frío. los besos adolescentes duran mucho, alcanzo a pensar varias cosas mientras el primer y único beso largo se termina: los pies de ella giran en la punta hay algo de infantil ahí, los pies de él golpean el piso como si siguiera una canción, las manos unidas atenazan un bolígrafo que extrañamente está a punto de caer, él la toma por detrás de la cabeza como acercándola, ella lo toma por la cintura no sé si lo aleja o lo acerca, cada extremidad se une al cuerpo del otro, como atenazándolo, aprendiéndolo. Al final, un gesto en la boca que llega a ser erótico, rubor de melocotón ascendiente, una sonrisa disimulada de los dos, sensibilidad que nace, hormonas que reclaman su existencia. Tomo otro sorbo de café. Llega un amigo a la mesa, los mira. "En esa época, cada beso -me dijo- debía durar exactamente uno de los lados de un vinilo; el beso se cortaba para cambiar el disco de lado y seguir con otro beso".

Felices tiempos aquellos de besos largos y apasionados. Felices momentos en los que se creía que cada amor era para toda la vida, y no creíamos que una pareja era el reflejo macabro de un monstruo arquetípico.