viernes, 3 de abril de 2009

EL RASTRO DE LA TRISTEZA PURPURA


Lo diré corto, lo diré rápido y lo diré claro: me hubiera gustado enterarme a través de mi medico que sufro de asma y que siempre promulgó las ganas de asfixiarme aunque este aparatico no deje señuelos en los espacios enmascarados de los bronquios ¡que insolente!, no se si cuando deje de existir realmente la muerte sea de un blanco idiota, insulso, blanco que no es nada. Tendré que evaporar la tristeza por los kilómetros de baldosas que me deprimen aún más en este espacio disfrazado de miradas y de interrogantes gestuales, afuera la gente se serpentea por los malolientes paredes chispeantes de agua sucia deslizando las gotas por cada diminuto poro de piel que se adhiere como mimetización de sombra y títere ocultando devanarse hasta encontrar ese místico centro del alma. Hoy el centro huele a borbotones de olores insípidos entre la muchedumbre que pasa y la que se tira al asfalto en esencia de humano.

Hoy la gente se abriga por miles de escudos de algodón porque el cielo vive encapotado y el trafico atraca chiflidos de viento, niños sobrevivientes en aleteos de palomas y libélulas coloridas de un triste atardecer Capitalino, ancianos esquivando arbustos, palomas, pegajosos pegos tres de cliché , bolardos, carrozas, bultos de gente que se mueve como si la culebra envolvente de la montaña rusa se diluyera entre pitos y luces expectantes que indican que el llamado de los dioses los acechan ante la importancia de ondulaciones coloridas.

Abajo se siente claudicar entre montones de bichitos que lo único que pretenden es manejar ese espíritu carroñero que aborda cada pedacito de cuerpo en forma alimenticia para dejar que la existencia parta su berrinchuda complejidad entre lo que es el cuerpo y el alma, aquí quede huérfano a las diez, hijo único a la hora de cenar entre oxigeno rapado por borbotones de raíces y menudos cien pies, lombrices y marranitos que se me suben por el pliegue de mi rostro pálido y acartonado, las uñas se me tiñen de un morado entre oscuro y tenue pero lo que más me aturde es que llegue un melindroso cucarrón a posar sus patas que me suspenden en la ansiedad y en el rasposo movimiento por la tierra negra de hambre.

Una página milimétrica, un espacio vacio, una escapatoria oportuna para romper este silencio, una vida que gira entre aparecer y desaparecer, un movimiento de sabiduría, creatividad, independencia y dignidad para que este cuerpo convertido en materia se transforme en gamas coloridas que estabilicen el azul y la energía del rojo para volver a empezar el soncito sistema fotosintético de nacer, crecer y morir. ¿Y ahora que seguirá después de que está materia se triture y las almas se retiren a entorpecer la vida de los vivos? Edulcorar este interrogante impide toda perspectiva de salida como los detalles de una tela impresionista, en fin toda una utopía de la fantasía aunque la vida se vuelva cíclica y tal vez la predisposición de los sueños emane en ser el mánager de los Beatles, agente secreto de la CIA, diputado incoherente, inventor de una bomba atómica, artista plástico, medico sin corazón, usurpador de esencias femeninas y hojas disecadas pero solo soy un escritor desquiciado permanente que sufre constantemente de metamorfosis gramatical.

El rastro de la tristeza purpura sigue aquí neuronalmente encapsulado por montones de fanegadas de tierra a la espera en que el día decline para que lleguen aureolas de mariposas que revolotean por mi cabeza por el batir de sus alas sometiendo mis oídos a sensaciones imperceptibles y a la nobleza de corazón.